domingo, 4 de diciembre de 2011

Juraría no haber amado nunca. Si no fuese por este sublime instante de exasperación mezclado con melancolía. Ni siquiera. Tal vez pensaba que era eso, pero ni siquiera podía descifrarlo.
Un nudo en medio del pecho, del estómago. Calambres. Inmutada. Parálisis total. Y ahí estaba. Esa maldita esquina de la suerte. Sus ojos clavados en su nuca, en su pelo. Era o no era? Sí, era evidente que era.
Estaba igual. El mismo aire altanero, paso fugaz, veloz. Vestía igual que de costumbre. El pelo, quizá era eso, un poco más escaso, quizá. Se da vuelta, como queriendo cruzar la calle. Ella esquiva la mirada.
Trata de mirar a otro lado. La casa de la esquina, sus tejas, los árboles, el incipiente otoño que apenas dejaba entrever un sol más tenue y algunas hojas en el suelo. Pensó escuchar su nombre.
Realmente la había llamado? Pensó en mirar. Pero no se atrevía. Quizá debería, pero no. En qué estaba pensando? 3 años después... No podían haber sido en vano. Empezó a caminar en la dirección contraria.
Ya no importaba más nada. Otra vez su nombre. No, no podía ser cierto. Apresuró el paso. De pronto, unos pasos firmes. Otra vez la respiración entrecortada. Una mano en su hombro. Ahora sí, era el fin del mundo y esta vez no podría evitarlo.

2 comentarios:

  1. Qué bueno!!! A veces "el fin del mundo" nos alcanza y no podemos hacer nada.
    Me encantó leerte de nuevo.
    Besos.

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