jueves, 23 de junio de 2011

La noche apuraba a la gente. El frío calaba los huesos. El subte parecía más vacío de lo normal. Típico lunes agotador y nefasto. La estación Pueyrredón se llenaba de papeles de todo tipo, y los cestos chorreaban líquidos desagradables y un olor insoportable impregnaban los pasillos.
- Venis a mi casa? - había preguntado él, un tanto ansioso.
Y otras tres horas en su cuarto bastaron para querer saber más de ella. Cuál era su nombre, por ejemplo, nunca se lo había dicho y nunca le había importado saberlo.
La conocía hace días, semanas, meses, a quién le importaba.
Cada encuentro era especial. Y ahora su piel se tornaba irresistible. Su presencia, igual de necesaria.
Ella se levantó, se desprendió de un tirón de las sábanas y su cuerpo desnudo era iluminado por las pocas luces de la ciudad.
Él volvió a recorrer todo su cuerpo.
El ruido del televisor en el comedor y la música encendida distraían sus pensamientos.
-Va a ser mejor que te busques a alguien de tu edad- Apuntó él. -Me parece que estoy un poco grande para vos, no?
Ella sonrió y siguió en silencio, sin moverse de al lado de la ventana. Había prendido el segundo cigarrillo y ahora el humo volvía a impregnar la habitación.
- No tenés frío?- Insistió.
-No...- contestó ella, y volvió a su cigarrillo. Y su mirada apuntó al patio que daba afuera de la ventana.
Los perros ladraban y las calles estaban definitivamente vacías.
Otro lunes más que se iba.

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